Thursday, September 22, 2005

Poemas de sobremesa

Mi papá siempre se sienta en la cabecera. Le gusta llevar la batuta en todo. Yo le digo que tiene alma de latifundista, pero que ya el tiempo de los inquilinos se acabó. El asunto es que le gusta monologar. En general, como es informado e inteligente, dice cosas interesantes. Pero algunas veces, desde siempre, sobre todo en la sobremesa de almuerzos de domingo, le da por recitar.

Así desde chica, mis hermanas y yo, escuchamos de los labios de mi padre historias en verso. Algunas largas. Algunas más conocidas que otras... a todas nos gustaba, y de tanto repetirlas se hicieron parte de nosotros y cada cierto tiempo volvíamos a darle a la declamación.

A la Rocío la que más le gustaba era la de Garrick, que contaba cuando un tipo llega donde un doctor: “ llegó un hombre de mirar sombrío, sufro, dijo, un mal tan espantoso, como esta palidez del rostro mío”.

Cuenta la historia que Garrick era un cómico famoso, pero en verdad un actor noble y triste, que hace reír a todo el mundo, pero tiene una pena terrible. El poema se llama “Reír llorando” es de un mexicano y termina cuando el médico le aconseja al paciente ir a ver a Garrick para reírse, y el paciente contesta “...Yo soy Garrick. Cambiadme la receta”.

Otra de las tradicionales de sobremesa era “Los motivos del lobo” de Rubén Darío. El papá comenzaba: “El varón que tiene corazón de liz, alma de querube, lengua celestial, el mínimo y dulce Francisco de Asís, está con un rudo y torvo animal”. Mi papá me actuaba la historia y yo lo interrumpía con ¿“Dónde es Asís”? “¿qué es “liz”? “¿Qué significa querube?” y así todo el rato y mi padre me explicaba...

También de Darío recitaba “La princesa está triste, qué tendrá la princesa”(de Sonatina). O “Margarita está linda la mar y el viento lleva esencia sutil de azahar, tu acento, Margarita, te voy a contar un cuento... este era un rey que tenía, un palacio de diamantes, un kiosco de malaquitas y un gran manto de tisú, y una gentil princesita, tan bonita Margarita -que mi padre cambiaba por “tan bonita Katinita”- tan bonita como tú”. (Esa es de Margarita Debayle).

Otros poemas de sobremesa o para los viajes eran de Bécquer, sobre todo “cerraron sus ojos que aún tenía abiertos” o de Rafael de León y su “me lo dijeron ayer, las lenguas de doble filo, que te casaste hace un mes, y me quedé tan tranquilo” y otras de ese poeta español.

Había una de un chileno, Alejandro Flores, que me gustaba... “señor” se llamaba... Una vez vi “La Huída” , la última obra de Andrés Pérez, y comenzaba con ese poema. Me gustó conocerlo. La que le gustaba a la Fernanda, mi hermana más chica, era “la casada infiel”. Fue divertido, una vez la recitó en pantalla el Alacaíno, y bueno, descubrí que teníamos en común algo, el gusto por García Lorca.

Después hubo otro poema con el que empezaron a terminar las sobremesas, empezaba “Dio magnánimo el monarca en feudo a Juan de Tabares”.... La Rocío y el papá se la aprendieron muy bien. Otra historia en verso típica, que era divertida, era “la del pollo y el faisán”.

Contaba que el faisán estaba aterrado porque “he leído que en la cena de la corte servirán, el refinado plato de faisán”. Y el pollo que lo escuchaba dijo algo tipo: “morir por la patria es todo un honor, no sé en verdad de qué te quejas”.Bueno y hablan de todo eso hasta que el faisán dice algo como “he leído que también servirán pollos a la cacerola”. Entonces el pollo se queda medio mudo y dice algo como “patria, banderas.... cuando se trata del pescuezo, yo siempre hago de todo eso, algo personal”.

Con el tiempo hubo otros poetas que apasionaron a mi padre como León Felipe. Ahí más bien lo escuchábamos en las musicalizaciones de Serrat que leerlo. Estaba el poema de la piedra pequeña que era el preferido. Y otro, pero que leíamos, era una que se llamaba autorretrato y hablaba de él (León Felipe) y su pobreza.

Que no tenía “un mi abuelo que ganara una batalla”. Que una niña que pasaba y pegaba su nariz a la ventana. Esa era bonita. Una vez en Ciudad de México, en un barrio muy elegante, vi una plaza que se llamaba León Felipe, pues este poeta español, como el líder ruso Trotski, murió en tierra azteca. Saqué una foto del letrero para mi padre.

Y la que nos gustaba a todas porque era divertida era la de Antón y el eco. Esa era entretenida pues contaba la historia de “Antón” un borracho que dijo “¿quién se cayó”” y el eco -o sea nosotras- contestábamos “yoooooooooo”.

Y el texto seguía: “mientes pícaro si yo fui y el cráneo me rompí lo taparé con pelucas”. Y el eco “Lucassssss”. “No soy Lucas voto a Dios, vamos a vernos ahora mismo, fanfantón”. Y el eco: Antón.......... . Y así el eco iba adivinando cosas. Mi papá se la sabía casi entera. Y nos reíamos ene.

Esa historia nos gustaba a todos. Un día se murió un perro de la casa, el Tomy. Mi papá quedó triste y quería un nuevo perro, uno grande y macho como el Tomy. Le pidió a la Rocío que trajera uno de su universidad, de veterinaria en la Chile. Pasaba el tiempo, la Rocío no aparecía con ningún cachorro hasta que un día llegó con una cosita de dos meses, café.

Nos enamoramos y había que bautizarlo.... varios nombres se barajaron, y la Rocío dijo “Antonio” (ella se llama Rocío Antonia). Y entonces el papá y yo recordamos el poema, y pues dijimos ¡Antón!. La Rocío asintió... y así ese nombre se integró caninamente a la casa del Arrayán, donde vivimos ahora, la Rocío, el papá, yo, y evidentemente el Antón (y otras dos perras, la Anaí y la Novia).

Es así como conocí y aprendí a amar lo poesía... si bien siguen estando entre mis favoritos, los poemas que he citado y otros que no mencioné como “ojitos de pena carita de luna” o “el monje”, y otros.

Obviamente Neruda estaba en los que declamábamos, mi padre tenía todos los libros del Nóbel. A mí me gustaban algunas odas, como la oda al aire “aire no seas como el agua que permitió que la pusieran en tubos”, me gustó el poema 20 entero y el 15 sobre todo cuando dice “mariposa de ensueño te pareces a mi alma, y te pareces a la palabra melancolía”, y varios versos del capitán y farwell. De esa me gusta “amor que se reparte en besos lecho y pan. Amor que puede ser eterno y que puede ser fugaz”.

Hubo otros autores que no eran muy conocidos de mi padre, que me gustaron al crecer.
Amé a Benedetti y su “mi estrategia es cambio más profunda y más simple, y es que por fin, me necesites”. También amé a la chilena María Monvel cuando dice “él es infame y necio, a ti te quiero tanto como a él lo desprecio, pero no hay dos amores iguales en mi vida, y para amarte así, me declaro vencida”.

Y ahora, de tanto recordar, a la que venció el cansancio es a mí.

Canciones de verano

Entre mis 9 años hasta los 16 aprox, cuando mis hermanas tenían entre 3 y 11 años, y mi papá tenía la fábrica de envases de ojalata que él construyó, fuimos a veranear a la casa de llo-lleo. Los tres hermanos de mi padre y él se turnaban la casa de llo-lleo para ir en verano. A mi familia le correspondía en general la primera quincena de febrero.

Mi papá sólo iba el fin de semana pues debía trabajar. Así nos llevaba para ir con mercadería en dos autos. Mi mamá se iba con las niñas y la nana, primero la Julia y luego la Anita, en un Datsun rojo. Y en el otro auto, una zuzuki gris o una volsksguen roja, mi papá y yo.

En el camino mi papá me cantaba cosas. Yo ni sabía que era desafinado porque me embelezaba con las historias. Las historias de esas canciones me daban una pena negra hasta las lágrimas a veces. Además, mi padre con su memoria prodigiosa, se las sabía enteras y varias. Y como había sido miembro del club de teatro del colegio, me las actuaba además. Así conocí boleros y tangos.

Me aprendí muchos. “Osito de felpa” una donde un hombre le llora al “osito de felpa, juguete de mi hijo, de mi chiquitito, que una madrugada se llevó el señor”. Con esa yo lloraba a mares. También había otra donde eran dos primos hermanos, uno pobre y uno rico y el rico se avergonzaba. Esa me daba rabia.


Había otra que decía “sabes mejor que nadie que me fallaste, que lo que prometiste se te olvidó... sabes a ciencia cierta que me engañaste, aunque nadie te ha amado, igual que yo”. Y venía el estribillo, “ y allá en el otro mundo, que en vez de infierno encuentres gloria, y que una nube de tu memoria me borre a mí” que obviamente yo cantaba a coro con mi padre en la zuzuki camino a llo-lleo. Esa canción después la cantaron, no hace mucho, el dúo “La Sociedad”. Obvio que me la sabía entera.

Hubo muchas otras canciones. Las de rock and roll eran las preferidas de mi papá, pero no se las sabía enteras en inglés. Pero el “one two three o’clock for o’clock rock” lo debo haber escuchado miles de veces como otra de “blue shooses”.

También hubo algunas medias tangueras, como “flaca, tres cuartas de cogote, una percha en el escote, bajo la nuez” donde mi papá me contaba la historia de una cabaretera vieja que estaba sin encantos. Y yo me imaginaba un bar argentino de mala muerte lleno de humo y a esa pobre que antes fue “bakana”.

A veces poníamos tonos más divertidos y cantábamos, a coro claro, “con medio peso, compré una vaca, y esa vaca me dio un ternero, tengo vaca tengo ternero y todo eso, con medio peso”. La canción era eterna y divertida.

Igual que “estaba la rana cantando debajo del agua, cuando la rana empezó a cantar, vino el zapo y la hizo callar... estaba la rana, el zapo cantando debajo del agua”. Y también después de eso, cantábamos, “un elefante se balanceaba”.... y cosas así.

También la Violeta era infaltable. Me gustaba el run-run y sobre todo la parte que dice “Sentado en una piedra se puso a divagar, que sí que esto que el otro, que nunca que además, que la vida es mentira que la muerte es verdad, ayayai, de mí”.

Otra que me gustaba era: “cuando fui para la pampa llevaba mi corazón contento como un chirigüe pero allá se me murió, primero perdí las plumas y después perdí la voz, y arriba quemando el sol”. Ahí mi papá me explicó lo de los mineros y donde quedaba la pampa.

La otra de la Violeta que, después de la explicación me gustó pues comprendí quienes eran los Alessandri. La canción decía: “He recibido una carta, por el correo temprano, en ella me dice que cayó preso mi hermano. La carta que me mandaron, me pide contestación, yo pido que se propague por toda la población, que el León es un sangriento en toda generación. Sí”. Eso porque según la Violeta el delito de su hermano Roberto no era tal, de hecho canta “Si eso es un delito presa voy también sargento. Síííí”.

Varias canciones de la Violeta mi papá las tenía en casetes (sí, esos que salen en la “portada” de “los 30”). Y ahí escuchábamos y cantábamos a dúo con la Isabel Parra, que era la intérprete. La que me sacaba lágrimas era la del “angelito” sobre todo cuando dice “¿por qué se cae su cuerpo, como una fruta madura?. Cuando se muere la carne el alma se queda oscura”. Pero la que más escuchábamos, era la jardinera y su “para enamorarme de ti, voy a cultivar la tierra”..

Otro cantante que le gustó a mi padre y que cantábamos en verano y en fines de semana, era un español, Paco Ibáñez. La favorita de mis hermanas y yo, cantada por ese cantante, era “Era un niño que soñaba”. La mejor parte era “pero el niño se hizo mozo, y el mozo tuvo un amor... y a su amada le decía, ¿ tú eres de verdad o no?”.

Luego a los gustos de mi padre se unió, por muchos años, Serrat. Ahí “las nanas de la cebolla” era mi predilecta. No por lo triste, sino por la historia. Mi papá me contó que esa historia cuenta cuando el poeta que escribió eso, Miguel Hernández, está preso por Franco, y su mujer alimenta a su hijo pequeño sólo con leche materna llena de cebolla, pues es lo más barato, y que es lo único que ella come. Obviamente yo lloraba.

También nos gustaba “Cantares”, la parte que decía “cuando el jilguero no puede cantar, cuando el poeta es un peregrino, cuando de nada nos sirve rezar, caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Donde el poeta era García Lorca, perseguido por Franco.

Claro que la que más nos gustaba era, por supuesto, “Mediterráneo” pues alude a Cataluña, y al frente está Mallorca, lugar de procedencia de mi familia paterna.

Con la herencia española de mi padre y mi madre, en mi casa siempre se escuchaba flamenco. También en Algarrobo, en la casa de los Lobato, los cuasi padres de mi mamá, donde íbamos siempre en otra parte del verano.

Y así, por todas partes yo escuchaba esas melodías andaluzas como “la llorona” y otras más agitanadas y se me ponían los pelos de punta. Mi preferida es, hasta ahora, “Lola Puñales”.

Esa canción, con su música gitana genuina, cuenta la historia de una mujer orgullosa y llamada Lola Puñales, morena, bella y que era la perdición de los hombres y los tomaba o dejaba a su antojo por eso “primero llegó el marqués, Lola lo despreció por Don Juan” pero un día “los ojos de un hombre, la fueron matando”. Y Lola se enamoró.

Pero Lola lo vio con otra mujer y dolida hasta el alma, lo mató “ y lo mataría otra vez”. La historia cuenta cuando ella está en el tribunal y remata la canción con las palabras de Lola que dice “Y que apunte el escribano que al causante de mis males por jurar cariño en vano sin siquiera temblarle la mano lo mató Lola Puñales”.

La semana pasada a título de nada, en la comida, la Rocío, mi hermana, se acordó que yo me sabía esa canción de la sociedad y le pidió al papá que cantara “esa canción que te gusta a la Katinita”. Entonces el papá empezó a cantar, actuar y zapatear “Lola Puñales”.

La Rocío quedó impresionada, no conocía esa... le gustó, obvio, si es muy buena. Pero ella se refería a la otra a “y allá en el otro mundo”... la cantamos también, como las de rock and roll, algunas en francés que cantábamos cuando chicas por el colegio y otras canciones de antaño. Subí a mi pieza y me acosté con el alma llena de sensaciones bonitas.

Hoy, unos días después, pienso en eso y recuerdo: “Fue más o menos así, vino blanco noche y viejas canciones” o “ y una vieja guitarra, brindaremos por ti, brindaremos por él, porque le vaya bien” y ahora, mi papá estaba en Internet pero antes de irse, me dice: “katinita, escucha el cd que compré ayer”, y.... pues el cd se llama los inolvidables y está re masterizado, entre otras canciones, “el medio peso”.

Muertos de la risa la empezamos a corear y a bailar. Él se fue, yo súper inspirada vine a escribir un relato sobre mis viejas canciones de verano.

Tongoy

Cuando yo era bien chica, y aún no nacían mis hermanas o eran guaguas, o sea hasta antes que yo cumpliera 8 años, íbamos muchas veces a veranear a Tongoy. En ese trayecto iba mi papá y mi mamá sentados adelante del auto, un Fiat 600 rojo. A veces salíamos al alba, 5 am, pues el viaje era largo, más de 6 horas, e incluía paradas con huevos duros.

En Tongoy nos quedábamos en casa de los Ché, parientes por el lado de mi abuela paterna. Era una casa de madera asentada en una especie de boca calle de tierra, estaba asentada en altura por ende tenía vista al mar.

A dos casas, el tío Yayo, el hermano de mi papá tenía una casa. Y en la hostería más chic de la zona, la Hostería Galvés, frente a la playa zocos, se hospedaban el tío Gabriel (médico y primo de mi papá) con su familia, y el tío Mario y su señora e hijos.

El lote era entretenido. Yo era muy chica, pero los niños éramos todos de la misma edad aproximadamente. Nuestros padres, cada uno en su auto, gustaban de entrar en sus vehículos a la playa, o sea nos adentrábamos en la playa grande. Ahí las 3 parejas y sus retoños, sacábamos toallas, baldes, cremas, y demás.

La mejor parte era cuando los padres iban a sacar machas, y las traían a la arena. Ahí esperaba yo con un baldecito lleno de agua, de mar, para lavar a la macha que me traía mi papá o mi mamá. El papá las abría con un cuchillo grande traído para la ocasión y las inundábamos de limón y zas, adentro... yo siempre quería más.

Tras ello, mis padres y los otros padres, volvían raudos al agua y bailando charlestón, sacaban otro tanto de machas, que los otros niños y yo esperábamos en la arena con nuestros baldes llenos de agua. Así aprendí a comer y a amar los mariscos.

Las tardes pasaban llenas de sol y machas y a veces frutas que llevaba mi mamá. La noche marina, para mí, era muy descansada. Esos fueron los mejores veranos de mi vida.

En algún momento, por la dictadura de la época, el tío Mario se fue de Chile. Y por otra parte, el tío Gabriel y mi papá se peliaron y luego, los Ché empezaron a venir todo el verano a Tongoy. Y así esos viajes a Tongoy se acabaron para no volver.